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HILDEBRANDT EN SUS TRECE
Escribe César Hildebrandt
Las decepciones son
mayores cuando las esperanzas son más intensas.
A pesar de que la
segunda vuelta obligaba a Ollanta Humala a la moderación y a la búsqueda de
consensos, era obvio que quienes votaron por él conservaron la expectativa de
que un gobierno suyo iba a traer algunos cambios cualitativos. De eso se
trataba, precisamente, la pelea política y moral con Keiko Fujimori.
Esa esperanza de
cambios ha terminado.
En un proceso
semejante a la progeria, esa enfermedad que envejece a los niños a la velocidad
del infortunio, Humala se ha resignado a gerentear el Perú.
El poder económico ha
hecho con él lo que logró hacer con casi todos: ensillarlos, adobarlos, engullirlos.
Al empresario salitrero Billinghurst no lo pudieron convertir en sirviente y
por eso le dieron un golpe de Estado. Al general Velasco no lo pudieron asustar
y por eso lo han convertido en el demonio temido al que hay que seguir
aporreando desde sus medios de comunicación.
Todos los demás
entraron al redil.
Humala acaba de
hacerlo a paso redoblado.
La declaratoria del
estado de emergencia cuando se estaba a punto de llegar a un acuerdo no sólo
dejó mal parado a Salomón Lerner sino que fue un mensaje hacia el futuro: los
acuerdos son peligrosos cuando uno no está dispuesto a cumplirlos, mejor es
militarizar "las ciudades alzadas".
Cajamarca no es una
villa levantisca. Cajamarca está harta de esa minería avariciosa que todo lo
enmugra con sus ácidos, sus humos ponzoñosos, su dinástica mierda.
Cajamarca no está
contra la minería que respeta y concede. Está en contra de ese antro aurífero,
colonialmente prepotente, llamado Yanacocha.
Ahora Cajamarca es una
ciudad tomada "por las fuerzas del orden".
¿De qué orden?
Del orden tal como lo
entiende la derecha pre-Gutenberg peruana. Es decir, palo y bala si es
necesario con tal de que nadie se oponga a nuestro destino de vendedores de
rocas molidas. Y palo y bala para los que osen enfrentarse a 200 años de desprecio.
Humala es nuestro
nuevo Zelig. Habla como Sánchez Cerro, actúa como Alan García, decide como lo
hubiera hecho Luis Bedoya.
Ya ni siquiera
disimula, lo cual, en efecto, es un mérito. Caída la máscara del reformador,
apagadas las luces del centrista, Humala marcha a paso ligero a ser el albacea
del modelo que aquí impuso una banda de delincuentes cuyo cabecilla tiene una
sentencia de 25 años por delitos de lesa humanidad.
Que Humala se prepare
para otros Cajamarcas. Si cree que va a intimidar actuando como un matón que
ordena detener durante diez horas, sin mandato judicial alguno, a dirigentes
que salían de una cita en el Congreso, se equivoca.
Si cree que
invirtiendo 500 millones de soles en infraestructura (mientras congela,
irregularmente, las finanzas del gobierno regional) va a comprar a Cajamarca, se equivoca dos
veces.
Y si cree que los
aplausos de la derecha y su plebe amaestrada suponen un veredicto popular, se
equivoca tres veces.
Saldrá este fin de
semana una encuesta que dirá su popularidad ha aumentado, señor Humala. No se
la crea. Detrás de esas cifras está la verdad. La rabia polvorienta de los
pueblos que se sienten fuera de toda inclusión política no la miden las
encuestas, que a Fujimori también le sonreían.
No les crea, señor
Humala, a los incondicionales que le dicen que usted ha recuperado la
autoridad. Eso le decía El Comercio a Sánchez Cerro cuando mandaba bombardear
Trujillo, y a Odría, cuando mandaba matar a Negreiros.
La historia del Perú
está plagada de ovaciones siniestras venidas desde los palcos. Los éxitos
"del orden" siempre serán provisorios cuando la meta no es hacer
justicia sino durar, congraciarse con los inversionistas mineros, ser plausible
para los de siempre.
Era justo borrar a
Conga de la cartera de proyectos mineros. No sólo porque es incompatible con la
agricultura y la conservación de recursos hídricos de la zona sino porque su
Estudio de Impacto Ambiental era, como lo demostró el ex viceministro José de
Echave, maliciosamente incompleto. Y porque, además, Conga es hija de
Yanacocha, una empresa que ha hecho todo lo posible para que los cajamarquinos
la odien y teman.
Ahora usted repite a
Alan García con eso de que el suelo es privado pero el subsuelo es del Estado.
Es argumento tan indigno, intelectualmente tan mísero, que debería avergonzar a
quien lo esgrima.
Vayamos al absurdo: ¿y
si mañana unos exploradores chinos o canadienses descubren, en las proximidades
de Machu Picchu, un millón de toneladas de oro y varios trillones de metros
cúbicos de gas? ¿Nos deshacemos de la zona de amortiguamiento de Machu Picchu?
¿Ponemos en peligro esa maravilla? No, ¿verdad?
Machu Picchu, al fin y
al cabo, es el testimonio de una civilización que tuvo una relación amistosa
con el medio ambiente. ¿Y por qué el pasado, por más majestuoso que sea, puede
resultar más respetable que límpidos presentes de una región que vive hace
siglos de producir cosas fragantes que se comen?
Para llegar al
subsuelo hay que perforar los suelos,
abatir las propiedades, cambiar los paisajes, matar aguas. Decirle a
Cajamarca que el suelo es suyo pero el subsuelo es "nuestro", es
decirle que el suelo no suyo y que está expuesto a la voracidad minera y a la
complicidad del Estado con los poderes fácticos.
Somos una república
unitaria, pero no somos una dictadura unitarista. Somos un país, no un cuartel.
Y usted prometió (tengo las grabaciones respectivas) aguas y lagunas
conservadas para Cajamarca, un nuevo país para los que han esperado tanto,
cambios y reformas en los contratos de inversión que, tomando como base el
interés público, así lo requirieran.
Presidente Humala: no
crea que es usted muy original. Tiene usted una ascendencia histórica
abundante, aquí y en América Latina.
Y a usted, que ahora
profesa tan auténtica amistad por Chile, le contaré brevemente la historia de
Gabriel González Videla, un probable clon suyo que gobernó a nuestro amable
vecino del sur.
González Videla llegó
al poder en Chile en 1946. Logró eso porque contó con el apoyo de un frente
popular que incluía al poderoso Partido Comunista de Chile. Y obtuvo el
respaldo de ese frente, que incluía al Partido Radical, porque prometió un
Chile nuevo y más justo.
Pues bien, la presión
de los conservadores, las amenazas de Washington (un diálogo con Truman fue
decisivo), la falsedad o endeblez de sus convicciones empujaron a González
Videla a reprimir salvajemente las huelgas de mineros que reclamaban mejores
salarios y a quienes él, precisamente, había prometido nuevas perspectivas y
trato más digno. De inmediato, dictó la famosa Ley de Defensa Permanente de la
Democracia, declaró al Partido Comunista ilegal, censuró las publicaciones de
izquierda y convocó a conservadores y liberales a integrar un gabinete que se llamó
"de concentración nacional". Pablo Neruda, que en ese entonces era
senador por el Partido Comunista, fue perseguido, vivió durante meses en la
clandestinidad y, al final, penosamente, por tierra, pudo salir en secreto de
Chile.
En su Canto General,
Neruda escribió estas líneas bajo el título "González Videla":
"…En Chile no
preguntan, los puños hacia el viento,
los ojos en las minas se dirigen a un punto,
a un vicioso traidor
que con ellos lloraba,
cuando pidió sus votos
para trepar al trono...
A mi pueblo arrancó su
esperanza, sonriendo,
la vendió en las
tinieblas a su mejor postor,
y en vez de casas
frescas y libertad, lo hirieron,
lo apalearon en la
garganta de la mina,
le dictaron salario
detrás de una cureña,
mientras una tertulia
gobernaba bailando
con dientes afilados
de caimanes nocturnos".
En el Perú no tenemos,
fatalmente, a un Neruda. Pero quizá hemos empezado a tener a un González
Videla.
Alguien que pierde los
ideales, un gobierno que abandona su esencia, un horizonte de bala y pragmatismo,
la política hecha medición de PBI y aplauso de las agencias de calificación de
riesgo, ¿qué son, qué galaxia de sentido forman? El fenómeno tiene un nombre:
es la derrota de la inteligencia y el triunfo de la administración.
Tomado de socialismoperuanoamauta
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